jueves, 29 de diciembre de 2011
Walter Benjamín, Libro de los Pasajes
1. pasaje des Deux-soeurs (Paris).
2. pasaje du Caire (Paris)
germaine krull
Ilustraciones del libro de los psajes de Walter Benjamin
Walter Benjamín, Libro de los Pasajes. "Proyectos iniciales"
En la Avenida de los Campos Elíseos, entre hoteles nuevos con nombres anglosajones, se abrieron hace poco unas arcadas, dando así lugar al mas reciente pasaje parisino. Para su inauguración, una enorme orquesta uniformada toco ante parterres de flores y gráciles surtidores. La gente se amontonaba entre murmullos en los umbrales de arenisca a lo largo de grande espejos, veía caer una lluvia artificial sobre las entrañas de cobre de los automóviles mas recientes como prueba de la bondad del material, veía moverse ruedas en aceite, leía en pequeños carteles negros las cifras en cristal strass de los precios de los artículos de piel, de los discos de gramófono y de los kimonos bordados. Bajo una difusa luz cenital, la gente se deslizaba sobre baldosas. Mientras que aquí se ha preparado un nuevo pasaje para el parís de ultima moda, ha desaparecido uno de los mas antiguos de la ciudad, el pasaje lÓpera, devorado por la irrupción del bulevar Haussmann. Tal como iso esa notable galería hasta hace poco, algunos pasajes conservan aun hoy, entre luz chillona y rincones oscuros, un pasado echo espacio. Algunos anticuados negocios se aferran a estos espacios interiores, y la mercancía expuesta en ellos es confusa, o tiene muchas interpretaciones. En las puertas de entrada (lo mismo se puede decir que son puertas de salida, pues en estas extrañas formas que mezclan casa y calle toda puerta es entrada y salida a la vez) , los carteles y letreros tiene ya algo enigmático. Las inscripciones se repiten luego dentro, donde, entre percheros sobrecargados, alguna que otra escalera de caracol sube hacia la oscuridad. Albert au 83 bien podría ser un peluquero, y los maillots de théatre serán camisetas de seda, pero esas letras insistentes quieren decir algo mas. Quien tuviera valor para subir la desgastada escalerilla que conduce al instituto de belleza del profesor Alfred Bitterlin. Umbrales de mosaico al estilo de los viejos restaurantes del Palais Royal conducen a un Diner de Paris, dando a una puerta de cristal tras la que tan improbable resulta que haya realmente un restaurante. Y la siguiente puerta de cristal, que promete un casino y deja ver algo como una taquilla anunciando los precios de las localidades, ¿no conducirá, cuando la abramos a la oscuridad, a un sótano o a la call, en lugar de a una sala de teatro? sobre la taquilla se almacenan de un golpe medias, otra vez medias, como arriba, en el sanatorio de muñecos, y antes, junto al mostrador de despacho de licores. – en los animados pasajes de los bulevares, como en los algo vacíos de la calle Saint-Denis, se exponen paraguas y bastones en apretadas filas: una falange de pomos multicolores. Son frecuentes los institutos de igiene, donde se ven gladiadores con fajas, mientras que los vendajes se ciñen alrededor de blancos vientres de maniquí. En las ventanas de las peluquerías se ve a las ultimas mujeres con cabello largo, mostrando mechones profundamente ondulados: petrificados recorridos del cabello. Que frágil se ve, al lado y arriba, la fabrica de las paredes: ¡papel mache en plena descomposición! Los souvenirs y bibelots resultan espantosos; reposa al acecho la odalisca junto al tintero; adoradoras en camisas de punto levantan ceniceros como acetres. Una librería pone manuales sobre el amor junto a estampitas de colores; hace cabalgar a Napoleón en Marengo junto a las memorias de una doncella de cámara, y entre un libro de sueños y otro de cocina, hace marchar a antiguos ingleses por los caminos ancho y estrecho del evangelio. Se conservan en los pasajes modelos de botones de cuello cuyo correspondientes cuellos y camisas ya no conocemos. Si una zapateria esta junto a una confitería sus cordones se parecen al regaliz. Sober sellos y cajas de imprenta ruedan balduques y ovillos de seda. Desnudos torsos de muñecos con cabezas calvas esperan su pelo y su vestido. Verde rana y rojo coral, los peines nadan como en un acuario, las trompetas se vuelven conchas, las ocarinas pomos de paraguas, hay alpiste en las cubetas de la cámara oscura. Tres sillas de felpa con tapetes de ganchillo tiene el vigilante de la galería en su garito, pero al lado hay una tienda vacía, de cuyo inventarios solo quedo un letrero, que pretende comprar dentaduras de oro, de cera y rotas. Aquí en la parte tranquila del pasillo lateral personas de ambos sexos pueden convertirse en personas de servicio, donde tras el cristal se a instalado un decorado de comedor. Sobre la tela de apagados tonos de la pared, llena de cuadros y bustos de bronce, arroja su luz una lámpara de gas. Junto a ella lee una anciana. Esta sola, como desde hace años. La galería se vacia ahora cada vez mas. En la subida de una escalera, un pequeño paraguas rojo de ojalata hace de reclamo de una fabrica de varillas de paraguas; un polvoriento tocado de novia promete una tienda de lazos para bodas y banquetes. Pero ya no hay quien lo crea. Escalera de incendios, canalones: estoy en la calle. Enfrente hay otra vez algo como un pasaje., una especie de abovedado, y dentro un callejón que va hasta un Hotel de Boulogne o de Bourgogne con una sola ventana. Pero ahí ya no tengo que entrar; subo por la calle hasta el arco del triunfo que gris y gloriosomente se erigio a Ludovico Magno. En las pirámides en relieve de sus ascendentes pilares reposan leones, cuelgan armas y trofeos desvaídos.
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