Adorno, “mensajes en una botella”
VII
Acércate más. La escisión entre lo exterior y lo interior, en la que le sujeto se ve obligado a sentir el dominio del valor de cambio, afecta también la supuesta esfera de la proximidad, incluso de aquellas relaciones que no incluyen intereses materiales. Cada una de ellas tiene una historia doble. El echo de que, como si fueran un tercero entre dos personas, prescindan de la interioridad y se objetiven en formas, hábitos, costumbres les confiere resistencia. Su seriedad y responsabilidad implican no ceder ante cualquier impulso, sino hacerse valer y reafirmarse como algo sólido y constante oponiéndose a la psicología individual. Sin embargo, eso no logra abolir lo que sucede en cada individuo: no solo estados de ánimo, inclinaciones y advecciones, sino sobre todo reacciones a la conducta del otro. Y la historia interior afirma sus derechos con mayor intensidad cuanto menos discernibles se tornan lo interior y lo exterior. El miedo al secreto deterioro de las relaciones casi siempre se origina en que las personas involucradas sienten, real o supuestamente, que las cosas son “demasiado difíciles”. Son demasiado débiles ante la realidad, que las sobre exige por todos lados, y no consiguen reunir la determinación amorosa necesaria para sostener la relación amorosa puramente por si misma. En el campo de la utilidad, cada relación valiosa de los seres humanos adquiere un aspecto suntuario. En realidad nadie puede afrontarla, y el resentimiento que eso causa se revela en las situaciones críticas. Como cada un de los miembros sabe que es imprescindible un grado de realidad incesante, un momento de flaqueza parece derrumbarlo todo. Y ese sentimiento persiste incluso cuando la forma objetiva de la relación se cancela. La ineludible realidad de lo interior y lo exterior incide precisamente sobre las relaciones autenticas, afectivamente cargadas. Si el sujeto esta profundamente involucrado, y el aspecto exterior de la relación le impide, con buenas razones, consentir sus impulsos, la relación se convierte en permanente sufrimiento y corre peligro. La absurda significación que se concede a trivialidades como una llamada telefónica que no se atiende, un saludo poco entusiasta, una expresión manida es manifestación de una dinámica interior reprimida en otros aspectos, y es una amenaza para la concreción objetiva de la relación. Los psicólogos pueden condenar el miedo y el shock de esos momentos tildándolos de neuróticos, señalando su desproporción con respecto al peso objetivo de la relación. Cualquiera que se asusta tan fácilmente es por cierto “poco realista”, y su dependencia de los reflejos de su propia subjetividad delatan un mal nivel de adaptación. Pero solo cuando uno responde a la inflexión de la voz de otro con desesperación, la relación es tan espontánea como debería ser entre personas libres, aunque por esa misma razón se convierta en un tormento que, mas aun, cobra cierto aire de narcisismo por su fidelidad a la idea de proximidad, por su impotente protesta contra lo frío e insensible. La reacción neurótica es precisamente la que acierta al revelar el verdadero estado de cosas, mientras que la reacción adaptada a la realidad ya da por sentada la muerte de la relación. La eliminación de la oscuridad y la impotencia de los afectos humanos están en proporción directa con los avances de la deshumanización.
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