martes, 10 de enero de 2012

Michel Houellebecq, extracto de “la posibilidad de una Isla”


Michel Houellebecq, extracto de “la posibilidad de una Isla”

Daniel 1,12

Durante la primera parte de tu vida, no te das cuenta de tu felicidad hasta que la has perdido. Luego llega una edad, una segunda edad, en que sabes, en cuanto empiezas a vivir algo feliz, que acabaras perdiéndolo. Cuando conocí a Belle, comprendí que acababa de entrar en esa segunda edad. También comprendí que no había llegado todavía a la tercera, la de la autentica vejez, cuando el echo de prever la perdida de la felicidad impide incluso llegar a sentirla
(…)
Fue una extraña historia. Desgarradora, tan desgarradora, Belle mía. Y sin duda lo mas extraño es que no me sorprendiera de verdad. Esta claro que, en mis relaciones con la gente (he estado a punto de escribir “en mis relaciones oficiales con la gente”; y si, es un poco eso), había tenido tendencia a sobrestimar mi desesperación. Así que algo dentro de mi sabia, siempre había sabido que terminaría encontrando el amor; hablo del amor compartido, el único que vale la pena, el único que puede llevarnos de verdad a un orden de la percepción diferente, donde la individualidad se resquebraja, donde las condiciones del mundo se modifican y su continuación se revela legitima. Sin embargo, yo no tenia nada de ingenuo; sabia que la mayoría de la gente nace, envejece y muere sin haber conocido el amor. Poco después de la epidemia de las “bacas locas”, se promulgaron nuevas normas para identificar la procedencia de la carne bobina. En las secciones de carnicería de los supermercados, en los establecimientos de comida rápida, se vieron aparecer pequeñas etiquetas con inscripciones parecidas a esta: “nacido y criado en Francia. Sacrificado en Francia”. Pues si, una vida sencilla.

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